martes, 11 de noviembre de 2014

Panteón de San Fernando: arquitectura y arte funerario histórico



Aquí conviven políticos, militares, artistas y religiosos. Personajes de renombre, entre ellos Benito Juárez y Francisco González Bocanegra, habitan en este espacio que fue el más representativo de la arquitectura y arte funerarios del siglo XIX en México. En sus pasillos se respira una quietud que contrasta con el bullicio cercano de una de las principales avenidas de la ciudad y repasar los nombres de sus lápidas es también dar un vistazo a la historia del país desde un rincón de la gran urbe.

Ubicado en el número 17 de la calle San Fernando, en el Centro Histórico, el panteón que lleva el mismo nombre abrió sus puertas en 1832 como resultado de un decreto que prohibía las sepulturas en los atrios de los templos, pues antes las personas eran inhumadas en el interior de las edificaciones religiosas bajo el argumento de que era la mejor forma de llegar al cielo; sin embargo, esto ocasionó un espectáculo desagradable para los visitantes y el posible contagio de enfermedades, por lo que el entonces arzobispo de México promovió la idea de realizar los entierros en espacios abiertos.

Aunque pequeño en dimensiones, el Panteón de San Fernando era limpio y ordenado, contrario a las sepulturas que se realizaban dentro de los templos, y su fama fue creciendo al grado de convertirse en el más importante al recibir en sus tumbas a personas de la clase alta. Su administración y mantenimiento estuvo a cargo de los frailes fernandinos hasta que en 1859, como parte de las Leyes de Reforma, se decretó que debía pasar a ser propiedad del gobierno y más tarde, al ver que dicho lugar era la última morada de varios personajes importantes, fue declarado Panteón de Hombres Ilustres.

En 1872 recibió los restos mortales de Benito Juárez, lo que significó el último entierro del que se tiene registro, y en 1935 el Instituto Nacional de Antropología e Historia le otorgó el grado de monumento histórico. Posteriormente tuvo algunas remodelaciones y en 1977 pasó a manos de la administración del gobierno de la ciudad para finalmente, en 2006, abrirlo al público como museo de sitio.

Ignacio Zaragoza, Margarita Maza de Juárez y Mariano Otero, por mencionar algunos, fueron personajes célebres cuyos restos han permanecido en este panteón. Caso aparte y curioso resulta el de la bailarina Isadora Duncan, de quien existe una placa con su nombre a pesar de que nunca estuvo relacionada con México, pero que se sospecha fueron admiradores suyos los que la colocaron ahí a manera de homenaje.

Aquí la memoria va ligada a lo histórico y es visita obligada para conocer un fragmento de época, aquello que subsiste con el tiempo y es herencia permanente. El telón que separa del mundo por toda una eternidad.